El pregón de Juan Manzorro

Muy pocos de los que acudimos ayer al Gran Teatro Falla podemos decir que saliéramos sorprendidos por el pregón de Juan Manzorro. El periodista vejeriego se había afanado en explicar durante las vísperas cómo iba a ser su anuncio de la Semana Santa de Cádiz. Tenía, tiene y tendrá (aunque ha dicho que se retira) una concepción de este tipo de actos muy diferente a la que estamos acostumbrados. Por eso es posible que su disertación chocara de forma frontal con la concepción más clásica y purista. Sin embargo sí sorprendió Manzorro a muchos por su posicionamiento en determinadas cuestiones, básicamente en el papel que juegan las cofradías en la iglesia y en el architratado y cacareado tema de la carga. Ahí no se cayó y no dejó títere con cabeza. Fue bastante claro y explícito. No se lo esperaba nadie porque no fue políticamente correcto, una cualidad que precisamente atesora en su comportamiento diario. He de reconocer que tuvo pasajes emotivos al principio y al final. Quizás puso el listón muy alto en el inicio y hubo gente que esperaba un poco más. Entre las reacciones sí hubo algunos más comentarios políticamente correctos para evitar herir sensibilidades porque como dijo el propio Manzorro sabía que no iba a contentar a todo el mundo. Me gustaría añadir una reflexión final. Como suele ocurrir, y en esta ocasión no iba a ser menos pese al tirón afectivo del protagonista, ha habido cofrades a los que no les ha gustado el pregón. Esperaban más ripio, más poesía, más hablar de los titulares y a lo mejor menos menciones personales. Esa percepción no hace más que darle la razón a quien no se sentía pregonero, a quien derrochó humildad estos años y cada vez que se le sondeaba siempre decía que no. Juan Manzorro ha sido sincero, una cualidad que hoy en día no abunda mucho. No ha hecho lo que no sabía hacer, no ha sido pretensioso ni osado. Por eso nunca engañó a nadie cuando afirmaba que no estaría a la altura de los grandes textos literarios que le precedieron. Una verdad como un templo, una demostración de modestia llevada a gala sobre el escenario. Quiso cederle el protagonismo a los cofrades que ocuparon el atril y a los que fue nombrando uno por uno. Y eso que cuando se lanzó en profundidad con mensajes intimistas lo bordó. Pero, simplemente, no pretendió ser protagonista como cuando acude a los actos cofrades. Y ayer le volvió a pasar.