Más allá

Más allá, mucho más allá del antifaz que cubre el rostro…..se esconde. Tímidamente y es más que probable que nadie lo vea porque se esconde. Se aciertan a descubrir unos ojos y nada más. No hay belleza física cuando el capirote cubre la cabeza. No hay rostro de inteligencia ni torpeza ni rasgo físico que valga. Sólo un color que hace que se pierda la identidad.

Más allá, pero mucho más allá del terciopelo, el raso o el tergal que cubre la cara, se esconde otra cara menos perceptible. La que sólo aflora en ese momento de intimidad, en ese período de tiempo en el que se resume la eternidad misma concentrada en unas pocas horas. La cara del alma que llora a menudo sin lágrimas y grita sin que se la oiga. Que se ve sin que la veamos porque hay veces que para poder ver, tenemos que sentir y tratar de mirar con los ojos del corazón.

Más allá, muchísimo más allá de unos ojos enrojecidos por la emoción o la pena que se aciertan a descubrir cuando se intenta escudriñar la identidad del que cubre su rostro. Y es que también el alma habla a través de ellos. Pero en silencio, en el más absoluto de los silencios. Y es que el silencio que brota del alma y del corazón es capaz de invadir cada resquicio donde nada ni nadie llega jamás.

Más allá sí, más…más allá de la estación de penitencia en la que no se ve nuestro rostro, está esa otra estación de penitencia, la de la vida. Ésa que en unas pocas horas se concentra en cada rezo, en cada súplica, en cada suspiro de quien esconde su identidad en el mayor de los anonimatos. Cansa la vida, penitencia en sí misma que se vuelve yugo llevadero y carga ligera, escondidos tras el anonimato de un antifaz.

Más, más allá de perderse únicamente la identidad tras una tela que cubre el rostro, bastante más allá, es la propia persona la que desaparece y sólo queda alma y corazón. Luz de una vela que anuncia que está ardiendo su propia penitencia y sirve de escolta a las oraciones entre quien tapa su rostro y Dios mismo.

Más allá de volver a casa con la cara cubierta y el alma limpia, tan vacía y tan llena a la vez. Más allá de unas pocas horas, comienza esa otra estación penitencial. La del día a día, la de la propia vida. Tal vez ésta sea mucho más complicada que la otra. Y tal vez, sólo tal vez deberíamos aprender a llevar el capirote con el antifaz puesto. Y que de esta manera se nos reconozca por nuestros carismas, por nuestra “pertenencia a”, “por ser de” y no porque nos pertenezca ni seamos ni tengamos nada. Al fin y al cabo nada es nuestro en este mundo y nada nos llevamos de él.

Mirar más allá, querer mirar más allá de lo que se ve e incluso de lo que no se ve y se desea ver. Un rostro no es más que la fachada que esconde lo que el alma guarda y va guardando durante toda la vida. ¿Acaso este alma sería diferente si tuviese un rostro distinto?. No es más ni es menos. Disfrazar el alma con nuestra cara, con nuestro nombre, con nuestra presencia y notoriedad, sólo la empequeñece. Por eso el alma es muda y se expresa a través de abrazos, de miradas, de manos en el hombro y caricias en la cara. ¿Para qué más?. Y es que al final esos instantes sí nos lo llevamos guardados dentro de ella. Es algo que queda para cada uno de nosotros, únicamente y en exclusiva para cada uno de nosotros.

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