Rumbo

Vitorea, se levanta y aplaude lo que le place, a veces exige mucho, y tantas otras veces, nada. Cada noche llega ávido de las coplas de sus agrupaciones preferidas, las que son escuchadas con la sonrisa en la boca y una predisposición al disfrute más allá de lo normal. Así es el público del Falla, capaz de aplaudir una copla en contra de la pena de muerte y a los pocos minutos una a favor de que los etarras paguen sus crímenes con su sangre, contradictorio como la vida misma.

El público que añora cuartetos clásicos pero que no duda en gritar campeones ante un batiburrillo de sketches, anhela compases viñeros pero entrega la cuchara con pasodobles tragicómicos envueltos en una música enrevesada y exige agrupaciones repletas de mensaje diciendo las cosas claras pero se entregan a los gorgoritos de los autores de nombre que no necesitan mojarse precisamente por no desprestigiar ese nombre que tantos beneficios les reporta.

Año tras año, público y jurado marcan de este modo el cauce de concursos venideros condicionando los repertorios de quienes buscan el éxito a toda costa llevando al teatro lo que el teatro aplaude en busca de esa mágica fórmula del “pelotazo”, aunque para ello haya que traicionar estilos y principios. Un público que no siempre entiende lo que celebra y que reclama la vuelta de lo añejo en algunas modalidades sin parar a recapacitar y darse cuenta de que tenemos lo que premiamos y de que ese cambio, nunca mejor dicho, está en sus manos.

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