El Gran Teatro Falla echó el cierre, bajó el telón dando rienda suelta a la ilusión, a los nervios, a la sorpresa, a la fantasía, al sueño… y también a las coplas. Por supuesto. Debiera ser ése su principio y su fin. El sentido de toda esta bendita locura. Los Ladrillos Coloraos, cual pasarela de la más alta alcurnia, también, desgraciadamente, aglutinó y centralizó todos los pecados capitales habidos y por haber.
El envidioso dio rienda suelta a las maldades de la verborrea derrotista, infravalorando el repertorio de turno y mostrando sin pudor esa inferioridad del incapacitado.
La ira rugió a borbotones desde el patio de butacas despreciando con un fanatismo feroz, desdeñando la esencia del mayor de los respetos. También lo faltó el que utilizó sobre las tablas burdas letras para pasar factura con la barriobajera desconsideración. La avaricia apareció en el que desea tomar un nombre y un apellido, rompiendo la armonía más modesta y buscando el protagonismo más narcisista.
La desgana y la desmotivación encontró al perezoso perfecto, aunando al que conoce como nadie su triste rol. Del mismo modo, la lujuria del que presume y se vanagloria de premios y de favores recibidos por unos y otros.
La gula del que alimenta insaciablemente su odio y su rencor más enfermizo y que lejos de utilizar su repertorio para mejores menesteres, desenterró el hacha de guerra. O al soberbio y presuntuoso que presume de historias y de abrazos condicionales.
Y después de todo este sermón moralista, todo ello, viene a colación a lo que, bajo mi modesto entender, se ha convertido un Concurso de capa caída. De unos años a esta parte, el COAC es víctima de los egos, de los personalismos, de caricatos sin caretas, de pavoneos, escaparate barato de las vanidades, de juntaletras de poca monta y de poetas de lo absurdo. Todo eso también es el COAC. De acreditaciones sin acreditar, de payasos aprovechados y de marionetas con hilos de oro.
Atrás quedó un Concurso menos glamuroso y menos de todo, pero que olía, sabía y sonaba a Carnaval. Menos profesional y con menos intereses de por medio. Ahora suena a todo, pero cada vez menos a Cádiz. Opinión muy personal. Vuelvo a repetir. Ahora suena a musical, a corales desafinadas, ésas que buscan el gorgorito perfecto y la recreación en escena del guaperas de turno.
Hemos dado paso al monstruo del fanatismo, alentando al ultra más radical, al que no acata las normas. Ésas que nunca fueron escritas y que todo amante al Carnaval se sabe de memoria. Personajillos varios que atraídos por la moda, se aburrirán de ella y como juguete a estrenar, buscarán en otros lares su vil entretenimiento.
Defendámosla por lo que fue y por lo que queremos que siga siendo. Ésa de copleros, de carnavaleros y de un pueblo entregado por su fiesta. Hoy en día, el Falla es el escenario donde se dilucida una guerra sin cuartel con dos bandos marcados: los que concursan e intentan agradar y los que lo utilizan a su antojo para sus finalidades varias.
Es triste que cada vez se hable menos de Carnaval y más de polémicas absurdas que desprestigian y apartan el sentido de todo. De buscavidas que se camuflan y se aprovechan en ella con oscuros fines.
Hemos normalizado actitudes del todo reprobables, legitimado y excusado al que paga por escuchar. ¿Y qué? ¿El cliente siempre tiene razón? ¿El borderío de cuatro impresentables puede imponerse a un repertorio?.
Se sigue subestimando a todo aquel que no acude con un nombre, dando pábulo al don Nadie, al artista, al profesional, al mindundi que se hizo con un apellido facilón y que encumbrado por el pópulo y ensalzado por la prensa afín, saca provecho. Ése que pondrá tierra de por medio porque ya el Concurso se le quedó pequeño. El Carnaval no es su pasión, es su excusa aprovechada para su fin.
Nadie ha recogido el guante, el Concurso pierde, todos los años lo hace, seguimos recreándonos en lo artificial y olvidamos lo genuino, lo esencial, lo gaditano. Perdemos y continuamos perdiendo. La sorpresa cuando está estructurada, desenmascara la admiración. Seguirán vendiendo, los que ganan por supuesto, que la fiesta está más viva que nunca. No se engañen, es la cansina rueda de todos los años.
Ahora, póngase la careta y haga Carnaval, el del bueno, el del pueblo, el de la calle.
Sin comentarios por ahora.